"Cuando un cantautor sube al escenario se siente como Bob Dylan. Cuando yo cojo mi guitarra me siento como The Clash". 

Con una declaración así, a mí no me hacía falta nada más para convertirme en incondicional de Billy Bragg.

También ayudó que para entonces ya hubiera grabado una de sus canciones más emblemáticas, "A new England", una crónica de desamor juvenil rematada con un estribillo definitivo:

 No quiero cambiar el mundo

No estoy buscando una Inglaterra nueva

Sólo busco una chica nueva

Irónico que  Bragg  alcanzara su primer reconocimiento mayoritario con una canción de amor, porque se ha pasado toda su carrera componiendo tonadas comprometidas y librando batallas por causas nobles, pero no de las que abraza todo el mundo y dan dividendos, sino de las que tienen coste personal y crean enemigos.

Por citar algunas, la huelga de mineros de los ochenta en el Reino Unido, el rock contra Thatcher, Red Wedge (una organización de músicos cuyo objetivo era involucrar a los jóvenes en la política), la denuncia de las escuchas del diario The Sun o la última, a favor de que los presos puedan tener guitarras en la cárcel.

 

Sus primeros grabaciones, "A New England" incluida, apenas contaban con más instrumentación que la voz y la guitarra, un poco a la manera de otro de sus ídolos, el cantautor norteamericano Woody Guthrie, aquel que decía que su guitarra era "una máquina de matar fascistas". En los noventa, Bragg puso música e interpretó, junto a Wilco, algunas letras inéditas de Guthrie que conservaba su hija Norah.

La repercusión inicial de "A New England", que figuraba en el pimer disco largo de Billy Bragg, Life's a Riot with Spy vs Spy (1983), fue reducida. Sin embargo, la canción tendría nueva vida y mucho más éxito un año después en la voz de Kirsty McColl, con una versión con mucha más instrumentación que contrastaba con la desnudez de la grabación original y a la que la intérprete añadió una estrofa más.