Espontaneidad, comunión con el público, ganas de dejarse llevar... todo eso que se le supone a un buen concierto no fue precisamente lo que prevaleció en las cinco horas que duró el festival 'Una noche en la movida' celebrado el día de San Isidro en Madrid.

Y no por culpa de los grupos participantes, que demostraron oficio, ganas de agradar y un buen índice de resistencia al paso del tiempo; ni tampoco de su público, no muy abundante pero entregado a la nostalgia de los ochenta, incluso vestido para la ocasión en muchos casos.

Pero cuando el tiempo reservado a cada grupo está medido al segundo; cuando no hay posibilidad de hacer un bis; cuando las canciones se suceden con el único objetivo aparente de repasar una lista de grandes éxitos, el resultado final se parece más a una gala televisiva de Nochevieja que a un concierto. Y la audiencia se asemeja a un encuentro de antiguos compañeros de instituto más que a una reunión de fans incondicionales.   

Los Pistones, Miguel Costas (Siniestro Total), Immaculate Fools, Nacha Pop, The Stranglers y Echo & The Bunnymen conformaron el cartel del festival. Apenas media hora estuvieron sobre el escenario los primeros cuatro, algo más los dos grupos de cierre.

De lo mejor de la noche, sin duda, el magnífico estado de forma de las canciones de Los Pistones. Sonaron frescas y cercanas, como la voz de Ricardo Chirinos. 'Metadona' o 'Lo que quieras oir', joyas del pop español, recibieron como un chorro de sensaciones al público que aún iba llegando al Palacio de los Deportes.

Miguel Costas, fundador de los Siniestro, cantó de corrido las canciones más conocidas del grupo, empezando por 'Bailaré sobre tu tumba' y terminando con 'Miña terra galega', antes de dar paso a un cuasi-paisano, Kevin Weatherhill, el líder de los británicos Immaculate Fools, que ha echado raíces en Galicia.

"Os podría contar muchas cosas pero no tengo tiempo de charlar", dijo Weatherhill para resumir la premura con la que los grupos debían desfilar por el escenario. La canción homónima del grupo y la cálida 'So Sad' fueron lo más celebrado de la actuación de los Immaculate, poco conocidos entre cierta parte del público. "Y estos, ¿quiénes eran?", preguntó una espectadora a sus vecinos de pista cuando la banda ya se despedía.

Ni siquiera la entrada en escena de Nacha Pop condujo la noche por la senda de la locura. Y eso que Nacho García Vega estuvo dicharachero, cariñoso con el público y sensible en el recuerdo a su primo Antonio Vega. La nueva formación se mostró más cómoda con los temas propios de Nacho (simpáticamente provocador en 'Vístete'), pero también superó con nota alta canciones tan identificadas con la voz de Antonio como 'Lucha de gigantes' o 'Una décima de segundo'. 'La chica de ayer' se paseó por el pabellón, cómo no, rescatando de la memoria de cada espectador recuerdos cada vez más lejanos.

Nacha Pop
Nacha Pop

The Stranglers optaron por su repertorio más contundente, centrado en sus primeros discos. Si en algún momento de la noche se oyó a los fans cantar a voces fue con 'Always the Sun' y con 'No More Heroes', aunque la banda inglesa también intentó poner un punto de emoción en la noche con la interpretación contenida de 'Golden Brown', esa hipnótica composición supuestamente dedicada a la heroína.

Si el sonido fue durante toda la noche magnífico (¡qué tiempos aquellos en los que ibas al Palacio y no sabías ni el idioma en el que estaban cantando!), con Echo & The Bunnymen rozó la perfección, casi por encima de sus propios discos. Ian McCulloch, con el mismo carisma a los 58 que a los 20, llenó el escenario con una voz espléndida y triunfó con temas inconfundiblemente suyos como 'Killing Moon'. Jugó a introducir en sus canciones fragmentos de clásicos como 'Take a Walk on the Wild Side', 'Roadhouse Blues' o 'In the Midnight Hour' y le quedó de maravilla.

Ganas de recordar la movida, sí; ganas de moverse, menos. La edad del público (acorde con la de los artistas), las cinco horas de duración y las estrictas condiciones del recinto (gradas cerradas, nada de sentarse, nada de salir a la calle si querías volver a entrar, escandaloso precio de las bebidas...) no contribuyeron a que la noche se convirtiera en una fiesta. Un encuentro agradable, sí. Pero para cantar y bailar las canciones de la movida, casi mejor vayamos al cumpleaños de un cincuentón o pidamos la última copa en El Penta. Allí ningún artista tuvo que mirar nunca el reloj para saber cuándo debía abandonar la barra.