Cuenta que escribió esta canción rendido a la nostalgia de lejanas noches de otoño, cuando la quema de rastrojos llenaba el aire de humo dulce y luz anaranjada. Noches en las que la luna "era medio brillante, al igual que los recuerdos de entonces".
Josh Ritter publicó en 2015 un álbum radiante, 'Sermon on the Rocks', que confirmó su crecimiento como compositor y como intérprete y también, parece, su renacimiento personal tras una ruptura amorosa.
'Where the Night Goes' es un viaje sin protocolos, en compañía de unas cuantas emociones. Pocas, pero las básicas: el amor, la juventud, la memoria. Para darles vida, la voz de Ritter y el piano se enredan en un pulso intenso, que da a la canción un hilo narrativo apenas interrumpido por el mínimo estribillo.
La chica que va a buscarse la vida en la ciudad y que deja en el pueblo a alguien que la echa de menos. El reencuentro tiempo después, cuando ni ella ni él son los mismos. Y una noche para dejarse llevar. Qué pocos argumentos le hacen falta a un buen escritor de canciones para cuadrar una historia.
"Admito que esto ha ido despacio.
Tú pagas las facturas y sabes cuál es el mejor camino,
con planes bien trazados.
Mientras aquí estoy yo y así soy,
hago la ronda y pago las deudas,
quedo con mis amigos y pienso en ti.
No es demasiado, pero ya es mucho y de vez en cuando, querida, me pierdo.
(...)
Está muy bien volver a verte,
ha pasado tanto tiempo, lo sé,
pero veamos dónde nos lleva la noche,
veamos dónde va la noche".
Ritter tiene a sus espaldas una bonita historia de éxito tardío después de años de picar piedra en el mundo de la música. Sus primeros aplausos los recogió lejos de Estados Unidos, en Irlanda, pero los viajes sin lujos, los directos por garitos de medio mundo y la autoedición de sus primeros trabajos han dado paso a álbumes muy bien recibidos y bastante prestigiosos.
En otoño compartirá gira con otro de los artistas mejor parados en los resúmenes de 2015, Jason Isbell.
Como curiosidad, el vídeo de acompañamiento de 'Where the Night Goes' es una grabación casera, hecha por el propio Ritter en el patio de su casa, que da fe de otra de sus aficiones, la pintura.