Sister Rosetta Tharpe, venerada como la madre del rock and roll por todo aquel que tenga una ligera idea de música, y Nina Simone, la gran dama del jazz, el soul y el blues, serán admitidas el próximo 14 de abril en el Salón de la Fama del Rock, 45 y 15 años después de sus respectivas muertes. ¿Qué hacemos? ¿Lo celebramos o nos tiramos de los pelos?
Este reconocimiento les llegará a las dos míticas artistas (que forman parte de un grupo de seis homenajeados, hombres los demás) un año más tarde que a Joan Baez, adelantadas todas ellas en anteriores ediciones por bandas de trayectoria mucho más reciente y, con todos los respetos, de menor repercusión en la historia de la música, como Green Day o Public Enemy.
La pauta de los últimos años es parecida: una incorporación femenina anual a los altares del rock, por cada cuatro o cinco masculinas.
Descartemos la mala intención: seguro que no hay nadie particularmente interesado en dejar a las mujeres fuera del santoral de la música. Pero el olvido, la desconsideración, la demora y el menosprecio son también un problema. Cuyo origen está, seguramente, en la abrumadora minoría femenina entre los que elaboran las nominaciones: 25 hombres y cinco mujeres en la más reciente convocatoria.
En los últimos cinco años solo han triunfado dos propuestas formuladas desde el lado femenino: Joan Jett accedió al Salón en 2015 de la mano de Miley Cyrus, el mismo año en que Lou Reed (no solo hay lagunas en la lista femenina) entró como candidato de Patti Smith.
Aretha Franklin (1987), The Supremes (1988), LaVern Baker (1991), Tina Turner (1991), Ruth Brown (1993), Etta James (1993), Janis Joplin (1995) y Martha and the Vandellas (1995) fueron las primeras en ver su nombre inscrito en el Salón de la Fama. ¿Sirve para algo un Salón de la Fama del Rock? Probablemente no. Pero si existe, Sister Rosetta y Nina Simone tienen que estar ahí. Ellas también.
¿Ellas también?
#MeToo. La denuncia contra los abusos recorre el mundo del cine, de la política, del deporte, de la moda. ¿Qué pasa con la música? Sí, hay mujeres que han dado un paso al frente: Kesha, Taylor Swift, Lady Gaga... Pero muy pocas en comparación con otros ámbitos de la industria del espectáculo. Ojalá fuera porque hay menos casos, pero cuesta creerlo.
Hay teorías al respecto. Una se refiere a la dificultad de defender ante un tribunal una conducta de acoso ocurrida en el contexto de 'sexo, drogas y rock and roll' que, se da por hecho, rige en el mundo de la música.
Otra recuerda la falta de mujeres en las posiciones dirigentes del circuito; y otra más alude a la imagen altamente sexualizada (en su ropa, sus coreografías, sus posados) a la que se pliegan las cantantes a cambio del triunfo, en detrimento de la atención prioritaria a sus canciones o composiciones.
Y luego están las groupies. Y también están los reyes de rock (como del fútbol, o del cine), que tienen una fila de mujeres a las puertas de su hotel o de su camerino, dispuestas a un rato de diversión. ¿Alguien creería a alguna de ellas si acude a presentar una denuncia porque la forzaron a hacer algo más de lo que quería?
Los libros de memorias con los que nos han entretenido en los últimos años artistas de toda condición dan fe de esa particular relación que mantienen con sus seguidoras y, también, de su concepto del sexo y de las mujeres.
"Mi madre ha sido la única persona que nunca me ha abandonado (...). Lo peor que jamás le he hecho ocurrió cuando me contó que la habían violado (...). Lo único que se me ocurrió decirle fue: Espero que disfrutaras" ("Mi madre, mi mentor y yo", Paul Collins).
"Caigo de rodillas y doy gracias al cielo por haber sido un veinteañero de sexo masculino y tendencias heterosexuales justo en el momento en que un giro casual del destino soltó a un montón de pequeñas adolescentes por los bares y discotecas del país. Por lo que sé, desde el Imperio Romano, esto no sucede todos los días" ("Corre, Rocker", Sabino Méndez).
"Las chicas, menudo tema. Solo se me ocurre que habría que pagarles derechos de autor por el uso que hacemos de ellas para componer canciones más o menos logradas, generalmente lo segundo" ("¡Ponte ya a bailar! Mis años de revuelta pop con Los Elegantes", Emilio J. López)
Así que, si se trata efectivamente de sexo, drogas y rock and roll, que todo ello sea voluntario, compartido y disfrutado por igual. Por ellos, como casi siempre, y por ellas también.
Y para brindar por que sea así, nada mejor que bailar al ritmo de lo nuevo de Breeders, la banda de las gemelas Kim y Kelley Deal, que demuestran que (¡ellas también!) pueden defender la bandera del rock sin que los excesos mermen su creatividad y su fuerza. ¡Va por todas!