“Un mar de pena”. Que metáfora tan definitiva. Te pones triste solo de pensarlo. Hal David y Paul Hampton llevaron a extremos cercanos a la flagelación el dolor causado por la ruptura amorosa y convencieron con sus argumentos a decenas de cantantes que pusieron voz a la historia.
David, uno de los mayores fabricantes de 'hits' de los años 60, casi siempre en compañía de Burt Bacharach (“I Say a Little Prayer”, “I'll Never Fall In Love Again”, “The Story of My Life”...), se unió esporádicamente con Hampton para escribir esta belleza, que por primera vez grabó Don Gibson en 1961.
La idea del amante abandonado como un barco a la deriva, el puerto como imagen del refugio que ofrecen los brazos de la persona añorada, la llamada de rescate... la alegoría marina se mantiene hasta el final.
“Cuánto daría por navegar de vuelta a la costa,
de vuelta a tus brazos una vez más.
Ven a salvarme, ven a mí,
cógeme y llévame lejos del mar,
de este mar de pena”.
Qué difícil elegir entre las numerosas versiones que han triunfado en las últimas décadas. La de Don Gibson, que es la primera, te atrapa con ese 'bon bon bon' y el aroma surfero que le dan los coros femeninos. La de Johnny Cash aporta un aire festivalero que contrasta con la melancolía de la letra. Me cuesta cogerle el punto a la de The Everly Brothers. Y me rindo ante el dúo pastelero que hacen Rosane Cash y Bruce Springsteen. Pero la que prefiero es una de las menos valoradas por la crítica, la que hacen los ingleses The Searchers, con esa base de piano que le viene al pelo y que te lleva y te trae como una ola. Tristeza sobre tristeza hasta el naufragio final.