No podía haber elegido mejor título para su libro Carlos Rego, así como Poch lo hizo para autodescribirse una y otra vez. Derribos Arias no fueron un grupo corriente: ni vivieron una trayectoria convencional ni encajaron totalmente en las diferentes definiciones que se creaban para ellos, porque era dificil acoplarlos a cualquier otra existente. El músico y crítico ourensano hace un detallado recorrido por la historia del grupo en un trabajo minucioso que cuenta con la colaboración de Alejo, Paul y Juan, y además aporta entrevistas a numerosos testigos y protagonistas del momento como Julián Hernández, Edi Clavo o Julieta, la hermana de Poch.
Derribos Arias estuvieron en el centro de la movida madrileña, periodo para el que hay tantos detractores con partidarios, lo que al menos demuestra que algo de movimiento existía. El autor trata de exponer un contexto en el que hay que situarse para poder entender la complejidad en la que se mantenía el grupo. Había mundos paralelos que forzaban su trayectoria para confluir en mezclas que tanto entonces como ahora se antojaban difíciles. Y además había mundos paralelos en cada unos de los personajes. No se trata solo de la personalidad o excentricidades de un Poch discreto con la enfermedad de Huntington que padecía- cuando su hermano murió de la misma enfermedad escribió un pequeño Dedicado a Javi en Nuevos sistemas para viajar- también el resto de los participantes en esta historia desdoblaban sus sentimientos en diferentes intereses. Siempre se ha dicho que la movida murió cuando algunos de sus protagonistas comenzaron a tener éxito, y puede que fuese algo así, pero la historia hasta llegar ahí es bastante peculiar y con Licencia para aberrar se puede ejemplificar lo que ocurrió en aquellos días de explosión creativa. Alejo Alberdi probablemente fue el más crítico con todo lo que rodeaba al negocio musical, que fue el factor que al principio no estaba invitado a la fiesta pero que pronto tomó las riendas de lo que ocurría. Es interesante conocer algunos entresijos que sufrían los grupos, como grabar de madrugada para abaratar costes o pregrabar las canciones para luego hacer playback en la tele, que lo único que conseguía era que todo fuese más complicado. Crucial para el grupo es lo narrado en el capítulo dedicado a la grabación de Poch se ha vuelto a equivocar donde se ve que la concurrencia de managers, estudios de grabación, discográficas y demás fauna añadida a lo escrictamente musical empezó a conseguir el principio del fin del grupo. Después de rozar la gloria con A fluor y Branquias bajo el agua, ser uno de los grupos que más actuaciones contrataba su oficina de management aquel año y girar por los programas de música de televisión y los eventos como el Villa de Madrid que se plegaban a sus pies, el sueño se vino abajo cuando se intentó domesticar a la fiera.
La industria y el descontrol general que tomó la situación del grupo logró que los dos amigos, Alejo e Ignacio, se distanciaran y Poch pasara de ser el tipo simpático que encantaba a la modernidad de la Galería Vijande a un excéntrico cantante que ya no era tan gracioso. El círculo se empequeñeció y la genética hizo el resto.