Los homenajes póstumos son como esa última copa que te ofrece el camarero cuando ya no te tienes en pie: no puedes disfrutarla, pero mucho menos rechazarla.
Algo parecido sentiría quizás Nina Simone en caso de haber asistido este fin de semana, cuando van a cumplirse quince años de su muerte, a su admisión en el Salón de la Fama del Rock and Roll. Qué detalle.
Que no sirva de excusa la tangencial relación de Simone con el rock. De acuerdo en que sus palos fueron el jazz, el blues y el soul; incluso la música clásica, tras completar brillantemente su formación como pianista, aunque nunca se le abrieran las puertas de unas salas de conciertos que estaban reservadas para los blancos.
Pero si buscamos una mujer que encarne la esencia del espíritu rockero, hablemos de Nina Simone. Rebelde, incómoda, siempre a contracorriente, cualquier cosa menos complaciente, arrogante, incapaz de callarse... rock duro sentado al piano de cola. Esa era Eunice Kathleen Waymon (1933-2003), quien se puso 'Nina' porque así la llamaba un novio que, en realidad, quería decirle 'niña', y Simone por la actriz francesa Simone Signoret, otra rockera de corazón.
Nina Simone, la del gesto altanero, la de la ceja alta, nunca conoció la gama del gris. Ni cuando luchaba por los derechos civiles, ni cuando negociaba con su discográfica o con el departamento de Hacienda estadounidense, ni cuando se enamoraba del hombre equivocado. Era un todo imparable. La querías o la dejabas. Love me or leave me.
Grabada por primera vez en 1928 por la inolvidable Ruth Etting para el musical 'Whoopee!', 'Love Me or Leave Me' (escrita por Walter Donaldson y Gus Kahn) conoció innumerables versiones que renovaron periódicamente su éxito en los años 30 y 40, siempre bajo la misma pauta melódica marcada por Etting.
En su primera grabación, 'Little Girl Blue' (1958), Nina Simone dio al tema un barniz completamente diferente al llevarlo a los terrenos del jazz. Concedió al piano un protagonismo absoluto, con un largo solo a mitad de canción en el que ella brilla como instrumentista mientras juguetea con las notas de Johann Sebastian Bach. Una delicia inobjetable. Y un reproche de mujer dolida: "Quiero tu amor, pero no lo quiero prestado, tenerlo hoy y devolverlo mañana. Tu amor es mío, no hay amor para nadie más".
Comparar la versión de Nina Simone con la primerísima de Ruth Etting solo sirve para maravillarse una vez más de la versatilidad de la música, envidiar las voces de ambas y dar gracias por poder disfrutarlas. Esa última copa, nos tengamos o no en pie, va por ellas.