La historia de la cigarra y la hormiga parece tener un buen ejemplo en Kim Gordon, una tímida chica de familia media de la costa Este que quiso interesarse y participar desde joven en el mundo artístico y ha llegado a los sesenta siendo una artista visual y musical fascinante, con un poso de coherencia en el que se apoya una carrera basada en la experimentación.
En este caso no ha habido cigarra que la perturbase, o al menos nadie ha podido distraerla con contundencia de un camino que sí que tuvo altibajos. Ciertos encontronazos con Larry Gagosian o las dificultades para pagar facturas en los comienzos de su carrera, no le impidieron continuar con su implacable camino recto hacia el arte, con la conocida (y duradera) parada en la música de Sonic Youth.
Sus memorias aportan datos de una vida privada que Kim Gordon vivió con discrección y que ahora muestran su lado amargo. Sus vivencias con su hermano, esquizofrénico y egocéntrico, representan un sentimiento comprimido que estalla entre las páginas del libro. Sin embargo, la sencillez de sus primeros recuerdos con Dan Graham, con el que ha mantenido amistad todos estos años, experimentador incansable, icono del arte conceptual y animador de sus inicios, muestran una Kim tan rebelde como tranquila, llena de ganas de hacer cosas, que compartía fascinación por las nuevas expresiones artísticas con amigos con los que poco a poco se introducía en los circuitos alternativos.
Insiste en varias ocasiones en quitarle importancia a sus experiencias. Con ella parece que es fácil ir de California a Nueva York, ser amiga de Kurt Cobain, conocer a un técnico de sonido de Neil Young muerto de sobredosis, encontrarse con Chuck D en el estudio de grabación y decirle si quiere cantar en Kool Thing y contar con Jason Lee para el video. Todo sencillo, todo trabajado, sus inquietudes siempre le llevaban a estar de un lado para otro buscando experiencias que al final llegaban.
Ser introvertida y tener buen físico, ser la bajista del grupo y situarse en el centro del escenario o estar casada con el líder y tener una carrera tan excelente o más que la de él, son las olas en las que ha surfeado la chica del grupo que se define frágil y esquiva en los sentimientos pero dura en sus convicciones artísticas. Aunque realmente no lo necesita, porque su trayectoria ha avalado sus proyectos paralelos (X-girl, su empresa de moda junto a Daisy von Furth, convivió entre Experimental Jet Set, Trash and No Star y a Thousand Levels), se esfuerza en dejar claro que su participación en Sonic Youth no era la de una bajista de relleno, y su bagaje como crítica musical y de arte, artista visual, actriz - ha trabajado a las órdenes de directores como Gus Van Sant, Olivier Assayas o Todd Haynes - y compositora va mucho más allá.
El evidente impulso que Thurston Moore aportaba a Sonic Youth era compartido en temas clave de discos tan emblemáticos como Sister (1987) o Goo (1990), y las portadas, los vídeos y todo el entramado conceptual que rodeaba al grupo formaba parte del aporte de ambos, tanto en las ideas como en los contactos con los participantes, casi siempre artistas de prestigio, o que más tarde lo adquirirían, lo que no es casual, porque la experiencia en sus trabajos iniciales en galerías de arte y el interés por la literatura también sumaban al conjunto. Sister está inspirado en la vida y obra del escritor de ciencia ficción Philip K. Dick y la portada de Goo está diseñada por Raymond Pettibon, creador del logo de Black Flag, o la de Dirty (1992) por Mike Kelley, y en el conocimiento de todos ellos Kim Gordon aportaba su trabajo de hormiga.
Anécdotas y curiosidades, y como no el divorcio entre Turston Moore y ella, forman parte de un libro ameno, escrito con un estilo muy directo, que no deja cabos sin atar. La chica del grupo (Girl in a Band), editada por la editorial Contra, aporta además una interesante revisión de la cultura alternativa de los últimos años. Ha sido traducida por Montse Ballesteros, que además colabora con una interesante playlist para refrescar los temas que menciona Kim en su libro.