Llego el jueves por la mañana a la oficina, me voy a quitar la chaqueta y me viene a la cabeza, como un flash, ese gesto casual, ese golpe de hombros con el que hace apenas ocho horas vi despojarse varias veces de su blazer a Mick Jagger sobre el escenario del Wanda. 

Me siento vulgar y me dejo la chaqueta puesta.
 
Si el genio de la lámpara me dejase hoy pedir un deseo, no lo pensaría ni un segundo: moverme por el pasillo y por la vida con esa caída de hombros, ese balanceo de caderas que gasta Jagger, un señor de la edad de mi madre capaz de echarse a la espalda una audiencia de 50.000 personas.
 
Mientras su público dormitaba a la mañana siguiente sobre el teclado, seguramente él ya estaría trotando sobre una cinta instalada en su suite del Hotel Villamagna.
 
Primera vez con los Stones. Primer concierto en un gran estadio desde hace décadas. Lo que me estaba perdiendo.
 
Tantos años presa de un mito:  'Es que los conciertos solo se disfrutan en locales pequeños'. Tantos directos descartados, entre ellos otras visitas de los Rolling Stones, por miedo al escenario. Qué ingenuidad. Menos mal que la deuda está saldada.
 
Esa sensación de tener una alfombra de cabezas a tus pies, un mar de brazos alrededor, miles de voces compartiendo el mismo estribillo, vaya, no tiene precio. O sí lo tiene. Pero, como dicen los emprendedores: no es un gasto, es una inversión.
 
Se paga por el espectáculo, se comenta siempre en estos casos. Mentira. Otro mito. Cualquier riff de Keith Richards vale más que el mejor juego de luces. No hay diseño de escenario, por espectacular que sea, que supere el valor de escuchar en directo 'Tumbling Dice'. Ese momento en que enlazaron 'Tumbling' + 'Out of Time' + 'Beast of Burden' fue una auténtica locura.
 
Cuando Jagger dijo que nunca habían tocado 'Out of Time' en directo pensé que era una broma. La típica gracia de 'y ahora, una canción nueva' que dice el cantante de turno antes de interpretar un viejo éxito. Pero leo que no, que es verdad, y me parece inexplicable que esa cumbre de su carrera nunca hubiera entrado en su repertorio. Qué privilegio escucharla. Lo mismo que 'Beast of Burden', este tiempo medio perfecto, que lo mismo vale para intimar que para desmelenarse. Parece que lo eligió el público de Madrid en votación popular; no lo sabía, pero habría votado lo mismo.
 
Entre tanta energía desplegada sobre el escenario, ver a Keith Richards pelearse con su hilillo de voz para interpretar 'Slipping Away' fue conmovedor. Se llevaba la mano al pecho como para arrancarse los agudos de la garganta y todos sufríamos con él. Pero cuando esos dedos ya retorcidos bajaron al mástil, ay, por ahí sí que no pasan los años. 79 los de Jagger y Richards. 75 cumplía Ronnie Wood y fue felicitado por ello. ¿Tercera edad? Tercera vía. Ni viejos ni jóvenes. Por encima del tiempo. Out of time. 
 
Y nada de charlas. Sin concesiones al sentimentalismo por aquello de la gira de 60 aniversario. Un breve y cariñoso recuerdo al fallecido Charlie Watts -con sus imágenes se abrió el espectáculo-, los saludos de rigor, las obligadas loas al público y poco más. ¿A qué hemos venido, a hablar? Solo a cantar.
 
Diecisiete temas y dos bises. De 'Street fighting man' a 'Satisfaction' `pasando por 'You Can't Always Get What You Want', 'Honky Tonk Women', 'Midnight Rambler', 'Paint in Black' o 'Sympathy for the Devil'. En el penúltimo, 'Gimme Shelter', imágenes de los bombardeos sobre Ucrania y los colores amarillo y azul en las pantallas y en la chaqueta, la cuarta, de Jagger. Y un duelo vocal escalofriante con su corista. Inolvidable.
 
Y, como siempre, el capítulo entrañable de los comentarios pos-partido. Riadas de gente sudorosa saliendo del Wanda y, entre ellos, una familia de tres generaciones. La matriarca toma la palabra: "Si es que... ¡qué discografía! Los Beatles, venga con el 'She loves you, yeah, yeah' (léase con voz ñoña), pero estos tíos son otra cosa". Sonidos de aprobación. Y, un paso por detrás, un cuarentón que pregunta a su pareja: '¿Te han gustao?', y ella responde con seguridad: 'Mucho. Pero mi ídolo sigue siendo Bon Jovi. Ooooooh, living on a prayeeeeer...!".
 
'Visibilidad reducida', decía mi entrada, tan alejada estaba la localidad del escenario principal. Otra mentira. Para visibilidad reducida la del día siguiente, cuando la mirada se estampa contra las paredes de la oficina y se añoran las dimensiones colosales del estadio, que los Stones agrandaron hasta el infinito. Con cada riff de guitarra y con cada golpe de hombros para quitarse una chaqueta. Lenguas fuera, que pasan los Rolling.