Me sorprendió tanto Firmín que no he dudado en hacerme con el lamento del Perezoso en cuanto he tenido ocasión. Si el primero es una novela que recupera o refuerza el amor por la lectura, la segunda ahonda en el sentido del humor y en lo absurdo de nuestras vidas.
Con un formato inusual, basado en los textos que Andrew Whitaker, el protagonista, escribe a diversas personas, tanto de su entorno personal, como de sus negocios, una editorial ruinosa y un edificio que lleva el mismo camino, durante cuatro meses, sorprende por su frescura y por su facilidad para arrancar una sonrisa. Parece que la especialidad de Sam Savage es llevar al extremo de la imaginación al lector, bien a través de una rata lectora o bien con las pequeñas historias de un personaje contradictorio, romántico y chapuzas, al mismo tiempo que irónico y orgulloso. Es la liberación literaria de un personaje que nada parece ocultar y cuya ironía al relatar sus miserias fuerzan a la sonrisa a salir. Afortunadamente su libro sí que entra en nuestros planes.