En el año 1979 Madrid todavía vivía en blanco y negro. El punk y la new wave nos habían pillado discutiendo de política y el rockola aún era una discoteca de capa caida en la calle Padre Xifré. No existía la brecha digital, pero sí había un enorme descampado entre las torres blancas, que como es conocido nunca fueron blancas, y los siguientes barrios de Canillejas, Pegaso y la Piovera.
En el último, entre chalet y chalet, estaba el motel Osuna, con una discoteca tan de capa caida como la otra, poca vida comercial y ninguna cultural o musical, pero por allí trasteaba Antonio Vega. En los dos primeros, con la misma poca tradición musical, paseaban flequillo Victor Aparicio y el Porras. La actividad cultural solo saltaba ese descampado montada en radio Juventud y lo más parecido a un fanzine eran los calendarios de chicas desnudas de las fruterías, que artísticas no eran mucho, pero al sector masculino del barrio nos alegraban la vista.
El acontecimiento anual más importante eran las fiestas y dentro de éstas la tómbola y los coches de choque. De la verbena solo nos molaba paquito el chocolatero para hacer un poco el cafre. Ir a los coches de choque era un deporte de riesgo para los oídos y para la integridad física. Lo primero porque oir las rumbas talegueras de los Chichos a un volumen atronador marca para toda la vida. Lo segundo por los quinquis. Su principal ocupación, mucho antes de volverse actores, atracadores y yonkis, era ser ayudantes en las pistas de los coches de choque. El problema es que tanto ellos, como sus amigos, solían ser los que originaban las broncas y peleas que había con frecuencia. Y los "julais", que éramos el resto, teníamos que andar avispados para no meternos en líos. En aquellos días pre-movida madrileña, los que triunfaban en los medios de comunicación, pero no por sus éxitos musicales, eran personajes como el Kung Fu, que con sus pies descalzos y su cara desfigurada daba un poco más de miedo que el resto y, una décima de segundo, fue lo que tardó mi amigo Carlos en meter la ficha en el coche de choque cuando el Kung Fu se acercó a robársela. Es la última, lo siento.
Una décima de segundo se publicó en formato maxi-single en 1984.(DRO)