Podría decirse que he crecido al ritmo de la música de mi padre.
El día que nací mis padres fueron al hospital escuchando I Want You To Stay de Australian Blonde. Desde entonces cada vez que la escuchamos, ellos me recuerdan ese día. De hecho, mi padre mencionó la canción en una entrada en la web en mi último cumpleaños.
Apenas unos meses después de mi nacimiento mi padre ponía Stop Your sobbin' de The Kinks mientras yo lloraba, y acunándome al ritmo de la música conseguía que me calmara.
Ni siquiera había aprendido a andar cuando sacar los discos de mi padre de sus carátulas y esparcirlos por toda la habitación se convirtió en uno de mis juegos favoritos. Prefería desordenar sus vinilos a jugar con mis muñecas.
Con cinco o seis años yo era la fan número uno de La abeja Maya, una serie de dibujos animados que relataba las aventuras de una abejita y sus amigos. Por eso la canción Welcome To My Head de Willie Nile era una de mis favoritas, ya que pensaba que la letra decía "Welcome to Maya".
Nuestro coche, en el que he vivido muy buenos momentos relacionados con la música, siempre me ha parecido un almacén de discos: los hay a ambos lados de los asientos, en el salpicadero, en la guantera... Cada vez que montamos, el coche se convierte en una sala de conciertos.
Guardo muy buenos recuerdos de discos grabados por mi padre que escuchábamos en los viajes largos para hacerlos más divertidos. Estaban llenos de canciones graciosas de la movida como Me pica un huevo de Siniestro Total o Maldito cumpleaños de Los Nikis.
También me recuerdo cantando con él los coros de It's Gonna Be Alright de Los Ramones cuando me recogía de baloncesto o, hace no tanto, traduciendo la letra de otras canciones en inglés como Storybook de Blow Pops.
Por último quiero añadir que mi padre me sugiere diariamente y con perseverancia (a menudo pesadez) que me corte el pelo y me haga Mod: papá, a los catorce años eso no entra en mis planes, pero quizá algún día, quién sabe...