"Sentido del espectáculo", el segundo trabajo de Biznaga, ha sido recibido con unánimes elogios y confirma que el cuarteto tiene muchas cosas que decir. Y todavía menos usual: que sabe cómo hacerlo.

Punks ilustrados los llaman. Será por cosas como esta:

la broma infinita / el rictus espectacular / sombras de monstruos proyectadas al futuro

La historia según el algoritmo de la red social / comedia coral de esquizofrenia y capital

¿si todo es prestigitación? ¿si nada es real solo un simulacro?

Una industria para cada emoción / a cada audiencia, su ficción

Jorge Navarro es el responsable de unas letras originales y trabajadas, en ocasiones incisivas crónicas sociales; en  otras, relatos que caminan por el lado oscuro de la realidad, y que en conjunto componen un retrato sombrío e inquietante. Los títulos dan una idea: "Una nueva época del terror", "El mal de aurora", "Oficio de tinieblas", "Jóvenes ocultos" "Nigredo", "Héroes del No", "Arte Bruto"...

El universo de Biznaga lo pueblan "cachorros que buscan un plan para vivir sin aburrirse", "chusma enlatada en vagones que arrastra su cruz al amanecer", jóvenes que salen de agujeros "a la hora de los raptos", "cielos  goyescos", "epifanías a la altura de la Gran Vía", "células desobedientes de héroes secretos"...

El comienzo de "Sentido del espectáculo" es arrollador: "Mediocridad y confort" y "Una ciudad cualquiera" son dos pildorazos implacables, con melodías cocinadas en la mejor tradición del 77 y escupidas con rabia y convicción.

La primera describe una sociedad idiotizada e insustancial con frases que tienen marchamo de eslóganes, al estilo de los Clash, cuyo espíritu recorre la canción y resuena en los coros del estribillo, que remiten a "Complete Control".

Hoy vanguardia; mañana, decoración / simple ejercicio de abstracción

ahora emblemas culturales / luego eslóganes comerciales

cuánta mediocridad y confort

"Una ciudad cualquiera" puede que sea la "canción franquicia" del álbum, un himno que inyecta al tiempo en el oyente el  desasosiego que contiene su texto y la euforia que transmiten sus guitarras. En similares parámetros de intensidad y melodía se mueve Los Cachorros.

Musicalmente, el resto del disco discurre por derroteros menos asequibles y más abrasivos, próximo a la línea que dominaba su primer trabajo, "Centro dramático nacional", con ecos de Parálisis Permanente o de la facción más áspera del punk vasco de los ochenta -el llamado rock radical vasco-.

¿Puede el mensaje de 1977 estar vigente cuarenta años después? Biznaga demuestran que sí. El mundo alienante y oscuro, gobernado por poderes insondables, que retrataban las canciones de entonces sigue ahí, vestido con otras ropas pero tan poderoso como entonces. O quizá más.