Haciendo justicia, la frase literal fue más elocuente “Ha sido la hostia, pero estoy indignado”. Este resumen de la presentación de Van Morrison en el Botánico madrileño lo hacía unos minutos después de acabar uno de los asistentes, con el asentimiento de algunos otros que le escucharon.
La primera parte de la afirmación la compartirá cualquiera de los fieles que hayan visto en directo al irlandés en los últimos años, estuviera o no en el Botánico de la Complutense.
Van ejerce como patriarca y único intérprete de un credo que él mismo comenzó a escribir hace ya seis décadas, todavía como miembro de Them, y que enseguida afinó en solitario, con entregas como ‘Astral Weeks’ o ‘Moondance’, sus tablas de la ley.
Su legendario directo de 1973 ‘It's Too Late To Stop Now’ confirmó lo que los feligreses ya sospechaban: tenía conexión directa con las alturas, y el dios de la música habitaba en su cabeza y en su garganta.
Esa al menos es la única explicación posible de que a dos meses de cumplir 80 años su voz sea todavía un torrente que conserva sus texturas, sus matices y, sobre todo, su alma, capaz aún de invadir cada rincón del recinto. O de que aún encuentre los sonidos que busca en el saxo o la armónica.
Así fue también en Madrid, quizá con algún rugido de menos, por ejemplo cuando abordó ‘Real Real Gone’ en una versión menos vitaminada pero igual de deslumbrante que la original, con ese sonido tan excelso al que estamos poco habituados los aficionados al rock.
Y es que la banda que arropa al irlandés, aunque no aliste ya a leyendas como Georgie Fame o el fallecido Pee Wee Ellis, es una filarmónica perfecta que, a las escuetas órdenes del maestro, convierte en magia lo que toca.
Repertorio cicatero
Así las cosas, la causa más probable de la indignación que clamaban algunos fieles estuvo en la selección del repertorio, con cicatera presencia de sus canciones icónicas, apenas ‘Days Like This’, ‘In the Afternoon’, ‘Wild Night’ y ‘Gloria’ entre las 16 elegidas.
Con una colección de clásicos ingente a sus espaldas, Van no tuvo problema en abrir con la tranquila y poco conocida ‘Only a Dream’; seguir con una nueva, ‘Cutting Corners’, estupendo adelanto de su inminente álbum; e incluir versiones -¡hasta cinco!- de artistas y estilos variados -Ray Charles, Hank Williams,...- que, como siempre, convirtió en suyas desde la primera nota.
Para la traca final reservó ‘Wild Night’, ‘Help Me’ -un cover de Sonny Boy Williamson- y la inmortal 'Gloria', cierre frecuente de sus conciertos.
El no bis
Y con ‘Gloria’ llegó otra de sus creaciones exclusivas: el no bis. Mientras la banda seguía tocando la canción anterior, Van se retiró por el lateral, ante la incertidumbre del público sobre su retorno, que los músicos parecían compartir.
Un minuto después volvió y agarró el micrófono mientras comenzaban los primeros acordes de ‘Gloria’ y se desencadenaba la apoteosis. Tras una interpretación majestuosa, el irlandés volvió a marcharse y la banda continuó con la canción, de nuevo entre miradas de interrogación de los músicos.
Pero el Sr. Morrison no se va y vuelve para tocar otra como los demás. Se va y punto.
Su “bis” ya había pasado. Dejó entonces a la banda exhibiendo su virtuosismo, instrumento a instrumento, incluidas las cantantes, entre el júbilo de los asistentes, todavía ingenuamente ilusionados con la improbable vuelta del genio, cuya presencia sobrevolaba el recinto aunque ya lo había abandonado.
Después, espacio para las conjeturas y leyendas con las que los simples mortales se entretienen después del soplo de la divinidad: ¿Dormirá en Irlanda aunque toca aquí mañana otra vez? ¿Es verdad que jamás acaba un concierto al aire libre de noche? ¿Dices que ha dicho una vez gracias? ¿De verdad le has visto sonreir?...