Escribir una crónica de un concierto de Van Morrison es como querer atrapar una ráfaga de aire fresco en un tarro de cristal: no se puede concentrar en un pequeño espacio, o en unas cuantas líneas, una realidad infinita.

Así es él: infinito. En su voz, en sus canciones, en su sensibilidad, en su inspiración. Todo la música está a su alcance, dentro de su repertorio. Y de vez en cuando se sube a un escenario y arroja al público unas cuantas migajas, que sus seguidores esperan hambrientos y apuran con ansia para sobrevivir hasta la próxima vez.

El pasado martes, en el WiZink Center de Madrid, esas migajas fueron caviar iraní, chocolate suizo, delicias turcas.

Una soberbia introducción de Georgie Fame, a quien sería injusto atribuir el papel de telonero porque acompañó luego al jefe durante toda la noche, preparó el terreno para un Morrison que pisó las tablas saxo en mano y se adentró por el camino del blues y el jazz, el tamiz por el que hizo pasar toda su actuación.

La temprana interpretación de las espléndidas 'Moondance' y 'Magic Time' fue un guiño que incluía una promesa: los clásicos de Van irían cayendo.

El genio de Belfast, que ya ha cumplido los 72, hizo sentidos homenajes a sus héroes: a Sister Rosetta ('How Far from God'), a Count Bassie ('Goin' to Chicago, en dueto con Georgie Fame), a Bo Diddley (memorable 'Ride on Josephine') o a Big Joe Williams, con ese 'Baby Please Don't Go' que incluye en su repertorio desde la época de Them.

Su banda sonaba a gloria: no estaban Jeff Beck a la guitarra ni Jason Rebello al piano, como en los temas en estudio de 'Roll with the Punches', pero Paul Moran (teclista), Paul Moore (bajista), Dave Keary (guitarrista), Mez Cloug (baterista), Teena Morcombe (percusionista) y Dana Masters (segunda voz, ¡qué voz!)  ofrecieron prueba testifical de que el sonido exquisito gana en elegancia a medida que se despoja de alardes.

'Broken Record' llegó calentito desde su último disco, 'Versatile'. Y mientras, de vez en cuando, como quien no quiere la cosa, Van Morrison se reinventó sus propios temas. Lo hizo a ritmo sorprendente con 'The Way Young Lovers Do',  esa perla incluida en la joya mayor, el álbum 'Astral Weeks' (1968), a la que desnudó de sus ropajes originales y vistió de estreno. Y con 'Vanlose Stairway' (1982), una de las cimas del Morrison romántico, en la que se sentó al piano y comenzó a clamar aquello de 'send me your picture, send me your pillow'.

Enfiló entonces un tramo final apoteósico, un derroche de canciones maravillosas encadenadas sin pausa, en las que su voz privilegiada abrió la puerta a un carrusel de emociones: 'Days Like This', 'Have I Told You Lately', 'Sometimes We Cry', 'In the Afternoon', "The Party's Over", 'Brown Eyed Girl' y la definitiva 'In the Garden', que Van Morrison aprovechó para irse y volver al escenario y ceder espacio a sus músicos. El tema se prolongó durante largos minutos de placer, al ritmo frenético del mayor grito libertario que ha lanzado nunca el irlandés: 'no guru, no method, no teacher'. Just you and me.

Miente quien diga que el dinero no da la felicidad. Cuesta lo que cuesta una entrada para un concierto de Van Morrison.